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Crónica
Social
06/10/2025
La vida se parece mucho a manejar un auto, donde cada uno elige la transmisión, automática, o mecánica. Hay días en que vamos por la vida en “D”, sin pensar demasiado, confiando en que el motor sabrá cuándo acelerar o frenar. Nos movemos por inercia, con la cabeza en otra parte, respondiendo mensajes mientras avanzamos. Y cuando finalmente llegamos al destino, ni siquiera recordamos el camino recorrido.
La verdad es que ese “modo automático” puede ser cómodo. No exige tanto esfuerzo, ni atención, ni pausa. Es como caminar con los audífonos puestos sin notar el ruido del tráfico ni las risas de los estudiantes. Simplemente vamos y algo se nos va quedando atrás, el detalle, la sorpresa, la conciencia del presente. Es fácil vivir así, claro, pero también se vuelve una rutina plana, sin curvas ni sobresaltos que nos obliguen a pensar.
En cambio, para andar con “transmisión mecánica” hay que estar atentos. Hay que sentir cuándo el motor pide el cambio, cuándo soltar el embrague, cuándo meter segunda o tercera. No hay espacio para la distracción. La pierna izquierda tiene un papel clave, la mano derecha debe estar siempre lista, y los oídos atentos al sonido del motor, que muchas veces no es otro que el de nuestras propias emociones.
Y claro, manejar así implica cansarse más. Hay días en que uno quisiera simplemente dejar que el auto avance solo, sin pensar. Pero al mismo tiempo, cuando uno lleva el control total, siente el camino, percibe las pendientes, las curvas. La vida se vuelve más nítida, aunque a veces duela un poco más el pie o la cabeza. Quizás por eso tanta gente prefiere la comodidad del automático.
Al final, cada quien decide cómo quiere conducir su propia vida. A lo mejor alternar y rescatar lo mejor de ambas opciones. Algunos días ir en automático para no colapsar, otros, en cambio tomar la palanca con decisión y hacerse consciente de cada cambio. Pero no olvidar,que sea cual sea la transmisión, el volante y la vida sigue en “nuestras manos”.
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Autor: Máximo Martínez Campos