Regional
Crónica
Social
25/08/2025
Hay días en que manejar se parece más a entrar en un campo de batalla que a circular por una calle pública. El tránsito dejó de ser solo un asunto de tacos y bocinas; se convirtió en un terreno donde el estrés y la ira van al volante, listos para estallar en cualquier esquina, donde sin duda el alcohol y las drogas son un riesgo, ahora también la intolerancia desatada de personas que ven en el otro conductor un enemigo.
A veces alguien se mete en tú carril, frenas bruscamente, suena la bocina y de pronto la cosa escala como si se tratara de una ofensa personal. El vehículo se convierte en un arma, una extensión del ego. Hay quienes creen que por tener una camioneta más grande o más años al volante tienen la “autoridad” de enseñar a punta de insultos o gestos groseros cómo se maneja.
Hace unos días, un caso nos impactó, una madre asesinada frente a su familia por un conductor que, enceguecido por la ira, decidió que la vida de ella valía menos que su orgullo herido. Esa tragedia es la confirmación que cualquiera puede toparse con un energúmeno capaz de apretar el gatillo solo porque no le dieron el paso. Y hablamos de la calle por donde pasan nuestros hijos de camino al colegio o nosotros al trabajo.
¿Qué hace que un bocinazo se transforme en un motivo de guerra? La rabia contenida, el estrés acumulado, las deudas, la presión diaria, todo eso explota en la calle, justo ahí donde más deberíamos ser conscientes de que vamos rodeados de vidas. Manejar debería ser un acto de cuidado mutuo, pero parece que muchos lo usan como válvula de escape para frustraciones que nada tienen que ver con la conducción.
Creo que aparte de penas más duras o controles más estrictos, tenemos que ceder en varias cosas por seguridad, ceder el paso, bajar la velocidad, respirar antes de responder con un insulto. Puede sonar ingenuo, pero esa pequeña decisión puede marcar la diferencia entre llegar a casa o convertirse en una estadística. En la calle, como en la vida, no se trata de ganar espacio a codazos, se trata de respetar a los demás.
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Autor: Máximo Martínez Campos